8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción
Cada 8 de diciembre celebramos una gran fiesta; la fiesta de la Inmaculada Concepción. La Virgen María fue concebida sin mancha de pecado original.
Es muy aconsejable que en la catequesis de esta semana, dejemos un espacio para hablar de María y de su Inmaculada Concepción para vivir más intensamente esta fiesta.
Esta fiesta ya la celebraba la Iglesia desde hace muchos años, pero, hasta el año 1854 no se proclamó como dogma de fe. El papa Pío IX lo declaró con estas palabras:
«La bienaventurada Madre de Dios, desde el primer instante de su concepción, por una gracia y favor singular de Dios todopoderoso, en virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del linaje humano, fue preservada intacta de toda mancha de pecado original» (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 490).
La Santísima Virgen habría de tener el pecado original, como todos, pero Dios, en previsión de los méritos de Jesucristo, le concedió la gracia de nacer sin pecado.
Fácilmente podemos encontrar la causa y los motivos de este singular privilegio.
El arcángel san Gabriel la saludó diciendo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,28). Ella correspondió a esta gracia cumpliendo siempre la voluntad de Dios, y toda su vida transcurre sin pecado.
¿Por qué es fiesta en España?
En España, el origen de esta festividad tiene un carácter bélico, además de religioso. Está relacionada con el Milagro del Empel, o la Batalla de Empel, un suceso acontecido entre el 7 y 8 de diciembre de 1585, a raíz del cual la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios españoles y actual infantería española.
De acuerdo con la tradición, el 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla, compuesta por unos cinco mil hombres, combatía durante la Guerra de los Ochenta Años en la isla de Bommel, concretamente en el monte de Empel. Los españoles se enfrentaban a sus enemigos en condiciones muy adversas, pues, además del estrechamiento del cerco, había de víveres y ropas secas.
Sin embargo, esa noche un soldado español se encontró con una imagen de la Virgen mientras cavaba una trinchera. Era una tabla flamenca que reflejaba la Inmaculada Concepción de María. Inmediatamente, el ejército improvisó un altar a la Virgen y paso toda la noche rezando. A la mañana siguiente, el agua del río Mosa se había congelado gracias a un viento inusual y tremendamente frío que sopló por la noche, por lo que las tropas españolas pudieron huir. Marchando sobre el hilo, atacaron por sorpresa a sus enemigos y obtuvieron una victoria que se antojaba imposible.
Desde ese año, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios de Flandes e Italia, aunque en España se celebra desde 1644, cuando oficialmente se empezó a rememorar lo sucedido en la Batalla de Empel. En cambio, la festividad no fue declarada como tal por el Vaticano hasta 1854, cuando Pio IX a través de la carta apostólica ‘Ineffabilis Deus’ declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. “Fue España la nación que trabajó más que ninguna otra para que amaneciera el día de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María”, manifestó en la el 8 de diciembre de 1857 en la inauguración de un monumento a la Inmaculada en la Plaza de España, en Roma.
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